Fue
una noche en vísperas de la Semana Santa, mi hermano, tocayo de primer nombre
(como todos los demás), un buen amigo en común apodado “el cunaviche”, un
carajo veguero, coleador y embustero, y yo. Nos encontrábamos nuevamente en
tierras de “El Refugio”, fundo que perteneció a mis abuelos, y hoy día a mi
padre, estábamos entre tragos, cuentos fantásticos y alguno que otro verso que se dejaba
salir cuando el regaño del “claro” era mas sabroso, y al son de mi cuatro viejo
confidente de mil travesías.
Ya
habían pasado las once y media de la noche cuando repentinamente “El
Cunaviche” empieza con un cuento de espantos llaneros y otras
apariciones que
El mismo presenció, a lo que los presentes replicamos de manera un poco
escéptica: -Mire loco, usted no es más
embustero porque no está más rasca’o, “El Cunaviche” firme en su defensa
contestó: -A pué’ verda’ita compa. Quedamos
debatiendo sobre el tema unos diez minutos, eran ya pasadas las doce y media
cuando a mi ocurrente tocayo le salpica una idea: -Mira loco, vamos a ir pa’ “El Sitio” ahorita a terminar de bebernos
estos cuatro de’os, a ver si es verdad que tu eres tan “guapo”. “El
Sitio”
le llamaban a un lugar que quedaba a unos quinientos metros de la
fundación.
Hace muchos años, allí vivieron algunas personas y se decía que allí
había “Morocotas” enterradas, y algunos vecinos de la zona aseguraban
que se miraban
luces titilando desde el lugar en altas horas de la noche, siempre
decíamos que
era un lugar tenebroso porque entre esa “mata” lo que había era algunas
ruinas
donde estaba la casita, partes de un molino viejo y oxidado y una
pequeña
“tanquilla” donde seguramente bebía agua el ganado en aquella época.
Así
que emprendimos camino al “El Sitio” atravesando el paradero y tomando un
sendero viejo que conectaba con el primer “falso” del potrero mas cercano, a
partir de allí seguía otro sendero que atravesaba un “campanillal” y daba
directo al lugar que estaba a algunos trescientos metros más, a partir de ahí
entonamos el cuatro y nos cruzamos en versos los tres mientras íbamos de
camino, recuerdo que el verso que cerró el contrapunteo era de mi hermano
“tocayo” y decía algo como: -Deme un
trago compañero que ya nos acomodamos si hay espantos verdaderos nosotros los
asustamos. La constreñida carcajada de “El Cunaviche” sonó corta en ese
momento, pues ya estábamos entrando a “la mata” del lugar.
El
claro de la luna se colaba poco entre los árboles, pero aún teníamos
visión, no
cargábamos lámparas o linternas, así que nos adentramos en la espesura
pasando
por debajo de las ramas de un “palo gacho”, lo primero que vimos fue un
“palo
‘e mango” (creo que era “piedrita”) era bastante alto y debajo era un
"peladero" donde “sombreaban” los animales cuando el sol se arreciaba en
el verano,
caminamos un poco más hasta que llegamos al lugar exacto. El armazón de
un
molino viejo tirado en suelo y abrazado por la maleza, a escasos metros
estaba
la “tanquilla” debajo de un árbol sin hojas, se notaba como las pocas
palabras
que decíamos rompían el silencio junto al canto de “aguaitacaminos” y
el ruido de los tuqueques que corrían entre
las hojas caídas en el suelo. Era bastante notable el silencio de “El
Cunaviche” mientras que mi hermano y yo bromeábamos sobre ello, -¿Que jue fama? ¿Estas asusta’o?- cuando
nos sentábamos en el borde de la tanquilla a terminarnos la botella.
Para
romper el hielo entoné el cuatro parrandero en al son de un “cunavichero”, y
así seguir bregando en contrapunteo, los únicos versos que acompañaban el
ritmo, eran los de mi hermano y los míos, mientras que “El Cunaviche” sostenía
la botella entre las piernas y miraba en múltiples direcciones.
Era
mas o menos la una y algo de la madrugada cuando “El Cunaviche” mató la botella
con un fondo blanco que extinguió liquido etílico y “El Son” de nuestra
interpretación, y dijo: -Esta "bicha" ya se
acabó, vamos idos.-, Terminando estas palabras, y un fuerte sonido, como el
de algo cayendo de arriba entre las ramas de los árboles, sacudió los lentos pasos de “El
Cunaviche” de regreso a la fundación, los cuales aceleraron su marcha a tal punto
que el hombre llegó primero que nosotros con la lengua afuera, pues allí fue
donde detuvo la carrera.
Al día siguiente las risas se dejaron
escuchar con mayor motivo, ya que quien había provocado la espantada, era el
caporal, quien había escuchado todo desde su chinchorro y decidió jugarnos esa
pequeña broma, escondido entre el monte.
Cosas
que pasan en mi llano querido, inundadas de su folklore, esa esencia cultural
que cubre a su gente.