La soisola y yo
Por: Jesús Antonio Ducroc
Es muy triste tu canto vieja amiga,
le dije una vez a la soisola,
en la cuesta de un monte se encontraba,
cavilando en la soledad que la embargaba.
Con ojos cargados de nostalgia,
tendió la vista hacia el mas triste ocaso,
y mirando sin cesar la lejanía,
lanzo su canto de gran melancolía.
Dijome la soisoa con un llanto en el alma,
viajo sin rumbo trasnochando tristezas,
me sumerjo en las sombras al ver tanta maldad.
Escapo por mi vida, se nos quiere acabar.
Escuche atentamente a aquel noble animal,
a mi memoria vino la orden ancestral,
dada por el creador en el tiempo inicial,
al hombre que formo en el huerto eternal,
le dijo con ternura cual padre celestial,
cuida los animales, vela por mi creación,
te encomiendo esta obra, hazla con devoción.
El hombre no atendió la orden celestial,
y en franca rebeldía se alejó del señor,
sembrando por doquier perversa iniquidad,
destruyendo lo hermoso que debió conservar.
Lleno de compasión comente a la soisola,
cuanto dolor me da ver a esta humanidad,
que con saña extermina a cualquier animal,
en lugar de brindarle cuidado paternal.
Ya la fauna es escasa por los campos de dios,
huyen los animales buscando protección,
anhelan encontrar un noble corazón,
que les ame y les cuide como mando mi dios.
Al oír mis palabras la soisola lloro,
mirándome a los ojos su pena desahogo,
con efluvios de ensueño al momento acoto,
había olvidado ya al padre celestial,
que vela por nosotros con amor especial.
Con nuevas esperanzas la soisola partió,
la luna con su luz su paso ilumino,
iba fortalecida pensando en su creador,
en su regazo eterno, divino y protector